jueves, 19 de enero de 2012

Carta de suicidio

Me miro al espejo, las lágrimas resbalan por mi rostro. Me siento inerte, insignificante. El porqué es que tú ya no eres mi reflejo, soy yo. Soy yo, solitaria, taciturna...
Sostengo una soga entre la manos y pienso como hacer un nudo perfectamente, mientras las miles de sonrisas que algún día escuché salir de ti  vienen a mi mente y las veo en el espejo, cuales flashes de máquinas de fotografiar.
El recuerdo de tus últimas palabras consigue hacer el nudo por si solo, en cuanto suena un violín, no tan lejos, en la habitación de al lado.
Los miles de "te quiero" se anularon una y otra vez en mi mente cada mañana al despertarme y volvieron a resurgir cada noche al recostar la cabeza en la almohada o al poner el bolígrafo sobre el papel. Mil canciones escuché, en las frías noches de invierno, para poder recordar nuestra historia y escribirte un penúltimo verso, sabía que no sería el último. Mil fotos miré en nuestro álbum para acordarme de cómo me mirabas entonces, cuando yo era para ti. Y miles fueron las películas que en mi despertaron la esperanza de volver a besarte algún día.
Sin embargo, ahora me miro al espejo y ya no estás tú al otro lado agarrándome la mano con fuerza, dedicándome una sonrisa. Estoy yo sola, intentando seguir adelante, sin miedo. Pero éste inunda cada célula de mi cuerpo, cada pensamiento de mi mente, cada sentimiento de mi alma; consiguiendo que me sienta vacía sin ti.
Y eso es lo que me destroza. El miedo a la soledad, a la búsqueda, a enamorarme de otro que no seas tú. Porque a pesar de estar enamorada del amor y no, realmente, de ti me había acostumbrado a besarte cada mañana y a luchar cada noche por ti.
Cojo una escalera y cuelgo la soga del techo. Bajo y vuelvo a mirarme reflejada en el espejo, vacía, sin sentimientos, sin sensaciones. Un si bemol suena, ahora mismo, en un piano.
Cojo un carmín, me pinto los labios y me echo máscara de pestañas. me pongo mi mejor vestido y pendientes, escalo a unos zapatos de tacón de aguja y; decido subir allí, por fin, a lo más alto.
Me coloco la soga, la aprieto. Me miro al espejo. Así, inerte, vacía de ti,  y las lágrimas caen por mi rostro.
Tiro la escalera.
Angustia, dolor, ninguna de tus sonrisas pasan por mi mente. Tan solo veo un bolígrafo caminando fluctuante encima de un papel, haciendo florituras. Y soy feliz.
La luz me ciega...

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