jueves, 12 de abril de 2012

Destino


Se levantó esa mañana convencida de que si algún día se vestía de novia sería para él. Nunca había estado tan segura de algo. Lo cierto es que no dejaba ni un segundo de echarle de menos, pero, tampoco de dudar si debería seguir adelante. Ya sabemos todos que jugar a la ruleta rusa no es sólo cuestión de suerte.
Adoraba mirarle a los ojos fijamente, sin parpadear; los tenía verdes y eran los más grandes que ella jamás había visto.  Se ilusionaba cada vez que el reía con esas carcajadas tan peculiares, parecía un niño. Le odiaba cuando jugaba a esconderse sin avisar para luego aparecer de repente. Él adoraba darle una de cal y otra de arena.
Según pasaban las horas ella se sentía cada vez más lejos, como si supiese que caminaría sola al altar y, que allí, nadie la esperaría. Él no se vestiría con un frac negro, ni la estaría esperando sonriendo y tendiendo la mano para hacerla volar. Se había ido y no quería volver, ni se había despedido. Con él se llevo el bien más preciado para ella, su inspiración.
Adoraba escribir para él, de esa forma lo sentía cerca, a su lado, cogiéndola por la cintura mientras soplaba detrás de su oreja derecha. Siempre cerraba los ojos al tender sus manos sobre el portátil y dejaba viajar a la imaginación hacia su rincón secreto. Entonces, como aquella noche, contaba las estrellas una a una e inspiraba fuerte el olor a mar. Las palabras fluían, como por arte de magia.
Antes de acostarse, como cada noche, se cepilló el pelo con delicadeza mientras se miraba al espejo. Volvió a la cama y puso el despertador para las cinco de la madrugada. Dobló un papel que tenía en el bolsillo y lo guardó bajo la almohada.
“No podemos seguir así, no quiero esperar más. Sólo tienes que decirme que vas a tender la mano para volar juntos por toda la ciudad.”
Una vez sonó el despertador, ella se vistió rápidamente y dejó caer el papel sobre la almohada. Horas después él lo rozaba con sus dedos recordando el tacto del tatuaje que ella tenía en la cintura.
Él tuvo miedo, ella le quiso demasiado. Lo que no sabían es que, quizás, algún día el destino volvería a juntarlos.
A día de hoy los dos cuentan estrellas en un balcón inspirando el olor a mar. Mañana puede que hagan juntos castillos de arena en la playa. Pero si no lo intentan, una novia caminará hacia un altar donde nadie la esperará  y un chico, vestido con un frac negro, mirará, con una sonrisa y los ojos fijos, hacia la puerta de una iglesia que nunca se abrirá.



sábado, 24 de marzo de 2012

Pies fríos


Hacía tiempo que la escuchaba entrar en mi habitación a media noche. Caminaba de puntillas hacia la ventana y la abría, le gustaba que el viento chocase con su cara, esa sensación la hacía sentirse tan viva. Después volvía y se sentaba a los pies de la cama y, yo, en mis sueños, la veía, con un camisón de lino blanco. Siempre sonreía, tenía una sonrisa amplia y cuando se reía lo hacía con la “i” como las niñas pequeñas, le salían hoyuelos y sus ojos se achinaban y chispeaban notas verdes de felicidad.
La echo tanto de menos… Desde que se fue, ya nunca huele a café recién hecho por las mañanas, ella adoraba ese olor, tampoco hay recortes de noticias curiosas del periódico pegadas en el corcho de la cocina. A la hora de comer siempre tocaba una campanita y decía “la comida está servida mi señor” mientras se reía a carcajadas; y yo bajaba corriendo las escaleras y la besaba en la comisura de los labios, era el momento del día en que le decía al oído: “te quiero”.
Odiaba cuando ponía sus pies fríos entre mis piernas en las noches de invierno y ahora todas las noches al acostarme  dejo su lado de la cama sin deshacer, intocable, con su camisón de lino blanco bajo la almohada, y maldigo a media noche al mundo por tener las piernas aún del todo calientes. Cuando se subía en el coche bajaba las ventanillas y ponía M-Clan a todo volumen y, con chillidos que intentaban sonar afinados, cantaba todo el trayecto a donde fuera que fuésemos; recuerdo aquel viaje de siete horas, pensé que me iba a estallar la cabeza.
Nunca discutíamos pero si alguna vez lo hacíamos, en medio de la discusión se echaba a reír y me decía “tenemos un amor de cine, ahora sólo tienes que besarme, ¿no ves que nuestro amor es para siempre?” y yo me enfadaba más pero al final me acababa riendo con ella y la besaba acariciando su larga melena negra.
Nunca tuvo que irse, no es justo. Le gustaba sentarse al piano y tocar durante horas, daba igual tocar “Claro de Luna” que “Frère Jacques”. Los domingos por la tarde hacía palomitas y me obligaba a ver comedias románticas, siempre me quedaba dormido pero ella hacía como si nada y al acabar la película me preguntaba, muy emocionada, “¿cariño has visto que bonito cuando vuelven a encontrarse?” y yo, asentía con la cabeza para verla sonreír. Nunca me dejaba lavarme los dientes tranquilamente, me hacía cosquillas, me pellizcaba en los brazos, se colgaba a mi espalda como un koala y me besaba cuando tenía la boca llena de espuma.
Tenía tantas ganas de vivir…
Esta noche volví a escucharla entrar en la habitación y supe que estaba soñando otra vez que se ponía el pijama de lino blanco. Pero esta vez se metió bajo las sábanas, volví a tener las piernas frías a media noche. La maldije, pero  juro que me sentí como si estuviese en el cielo.

martes, 20 de marzo de 2012

Alter Ego


Últimamente creo que mi corazón se pelea con mi mente continuamente.
Me gustaría jugar a no extrañarte, a olvidarte, a dejar de creer que el destino existió alguna vez. Me gustaría poder apostatar de tu religión, ya no queda fe en mi interior, ya no tengo ganas de rezarte toda la noche y para ser sincera, tampoco tengo ganas de esperar por el milagro divino de que pueda volver a escucharte.
Toda mi vida he querido abrazarte cada momento. Me recostaba en tu regazo y, ahí, olvidaba lo que era existir sin poder volar porque, tan solo tú, conseguías hacerme volar en menos de un segundo. Cerraba los ojos y “pum”. Volaba a través de las nubes, veía la vida de color sepia como si pudiese también viajar a través del tiempo. Tan solo tú, en un segundo, has conseguido hacerme llorar a mares y ahora a pesar de estar en mi habitación mirándome cada segundo no tengo ganas de acariciarte, de acogerme en tu regazo ni de que me digas de esa forma, tu forma, que yo soy así que no he de cambiar.
He olvidado como he de mover mis dedos para sentir esa felicidad, no sé ya como se siente estar sobre un escenario con focos que ciegan mis ojos, no sé cómo puedo recordar las ganas que siempre tenía de bailar contigo.
Pero estás ahí, todavía, el amor más grande de mi vida, el que nunca se irá del todo de mi corazón, ni de la sangre que corre por mis venas. Y sabes perfectamente que siempre que suenas es como si me dijeses “si tú me dices ven lo dejo todo”. Y yo no voy por miedo a recordar, por miedo a echar de menos, por miedo a volar, por miedo a no poder regresar jamás a ese lugar donde te hice sonar por primera vez.
Volveré para que me vuelvas a llevar a Nunca Jamás o al País de las Maravillas, te dejaré escoger, al fin y al cabo tú nunca te equivocas porque eres mi yo más interno, mi alter ego.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Nota


Esa mañana me había despertado pronto. Fui a desayunar y luego volví a la habitación. No era muy grande; la puerta estaba en una esquina y en frente se podía ver una estantería llena de libros, ordenados por tamaño; al lado de ésta había un sillón de cuero negro y una lámpara de pie dorada. En la parte derecha del cuarto había una cama con dosel enorme cuyo cabecero no era un cabecero normal, era una ventana. Desde ella se podía ver el amanecer en las montañas y las mejores estrellas durante la noche. En la parte izquierda de la habitación había un arco que daba al ropero y al baño. El dormitorio era de color granate en su totalidad, excepto el arco que era de un color blanco ligeramente avainillado, el suelo de una madera muy oscura, casi negra, y estaba cubierto, a los pies de la cama, por una alfombra granate de pelo largo.
Lo que más me gustaba del dormitorio era que al volver después de desayunar me apoyaba en el arco que daba al ropero y podía verle dormir. Estábamos entonces en el mes de mayo, amanecía relativamente pronto; los rayos de sol se colaban por la ventana e iluminaban ligeramente su rostro. Las sábanas eran de color crema y resaltaban el tono cetrino de su piel. Dormía apoyado sobre su brazo izquierdo dejando ver sus largos dedos, tenía unas manos realmente bonitas. Cada vez que se escuchaba cantar a un ruiseñor se le dibujaba una sonrisa en la cara, tenía unos dientes muy blancos, casi perfectos, exceptuando que uno de sus incisivos superiores se apoyaba ligeramente sobre el otro. Sonaba el despertador cuando empezó a arrugar su nariz chata y a abrir sus enormes ojos de color verde musgo.  Se incorporó en la cama y empezó a mirarme con inquietud; tenía las cejas gruesas, ligeramente más claras que su pelo, negro, y sus pestañas, que eran muchas y larguísimas, se arqueaban tanto que parecía que sus ojos eran más grandes aún, enormes. Decidí acercarme a darle los buenos días, adoraba besarle en la mandíbula, casi junto a la oreja, allí tenía un lunar del tamaño de una lenteja. Le gustaba mirarme con los ojos fijos, casi sin parpadear y, con la mano derecha, se colocaba el pelo que siempre decidía estar despeinado.
Esa mañana después de bostezar un par de veces me dijo que se iba a duchar y me besó en la comisura de los labios, su boca estaba fría pero sus labios como siempre recordaban a una piruleta de corazón, pequeños y con el labio inferior un poco más grueso que el superior. Se fue sonriendo y supe que jamás volvería a ser igual.
Me vestí apurada y escribí una nota:
Carlos, lo siento. No me gustan las despedidas, lo sabes. Tú me quieres demasiado, yo sólo tengo miedo.  Clara
Echaba de menos ese dormitorio que guardaba todos mis secretos. Yo no sabía que dos años después  la nota seguía dando los buenos días al que podía haber sido el hombre de mi vida. El miedo a no saber lo que era no me dejó ver lo que sería. Lo que es: dos dormitorios distintos, la misma historia, el recuerdo.


viernes, 2 de marzo de 2012

Te amo a mi manera, odiándote.

No te odio por no estar.
Te odio por no poder odiarte,
Por no poder tocarte,
Porque ni puedo llorar.

No te odio sin más.
Te odio por no poder besarte,
Por no poder ir a buscarte,
Porque ni puedo gritar.

No te odio como a los demás.
Te odio por no poder cantarte,
Por no poder, al oído, susurrarte,
Porque ni puedo dar marcha atrás.

No te odio sin pensar,
Te odio por no olvidarte,
Por no poder, tan siquiera, amarte,
Porque ni puedo tus manos tocar.

No te odio sin callar.
Te odio por no quererte,
Por no poder tenerte,
Porque ni sé cómo se puede odiar.


miércoles, 29 de febrero de 2012

¿Y sin embargo qué?


La luz del sol comenzaba a asomarse entre las cortinas de color rojo. Intenté estirarme cuando recordé que él estaba allí abrazándome como si tuviese miedo de que me fuese sin avisar. Le besé en la frente y me solté de la prisión de sus brazos.
Me levanté y me puse su sudadera roja, salí de puntillas intentando no hacer ruido, puse la cafetera funcionando y salí al balcón. Me encantaba escuchar las sirenas de los pesqueros, los gritos de los niños que entraban al colegio y el reloj del ayuntamiento. Suspiré y sonreí, como hacía todas las mañanas desde que él había aparecido.
Volví a la cocina, el café ya estaba hecho. Me serví un buen vaso con leche condensada y me senté frente al ordenador. Sonaba Nuvole bianche y las palabras fluyeron de nuevo, nunca se habían ido, se habían escondido solamente, estaban vigilando que yo encontrase el camino. “Buenos días”, esas fueron las primeras palabras que escribí para él.
Me terminé el café y salí pitando hacia la ducha, él seguía dormido. Me encantaba dejar caer el chorro del agua caliente por mi cara, sintiendo como rozaba mis labios y como cada parte de mi silueta se dibujaba otra vez bajo gotitas minúsculas. Disfrutaba de la ducha pero, poco a poco, bajaba la temperatura del agua hasta que estuviese totalmente fría, daba tres saltos y me enjuagaba el pelo con rapidez. Me enroscaba en una enorme toalla e iba prácticamente corriendo al dormitorio.
Y allí estaba él, durmiendo sin saber que pasaba o no por mi mente; sin tener ni idea de mis verdaderos sentimientos. Retire las sábanas con cuidado, solté la toalla y me abalancé sobre él, desnuda y totalmente mojada. Se dio la vuelta y me beso en los labios. No hay un beso más dulce que el que te dan cuando tienes los labios helados y mojados. Sonreí y le besé otra vez.
Empezaba a vestirme cuando me dijo, mirando mi tatuaje, nadie te ha preguntado "¿y sin embargo qué?" Había una cosa que me encantaría contestar y, pese a que ahí ya estaba enamorada de él, no supe que debería decir. Podría haber dicho “y sin embargo cuando duermo sin ti, contigo sueño” o “y sin embargo te quiero” pero…
Me abalancé sobre él y le bese en la nariz. Y le dije “buenos días”.


lunes, 27 de febrero de 2012

Quizás


Y no estaba allí, no podía coger el coche e ir a ver las estrellas como hacía antaño.

Me sentía sola, como un niño pequeño sin la luz del pasillo encendida para dormir. Él nunca prometió matar monstruos por mí. Tampoco dijo que se marcharía sin avisar.

No estaba allí, para hacer rebotar las piedras en el reflejo de la luna.

Estaba más enojada que triste, no dolía el alma tanto como el orgullo. Él nunca prometió agarrarme si iba a caerme. Tampoco dijo que aquel sería un último beso.

No estaba allí recostada en la arena dejando volar la imaginación.

Se había marchado la inspiración y las palabras tan solo fluían si eran forzadas. Él nunca prometió callarme con un beso. Tampoco dijo que no era una canción de amor.

No estaba allí secándome las lágrimas con la manga de la chaqueta.

No fumaba por esperar sino por no desesperar. Él nunca prometió dejarse llevar. Tampoco dijo que me sacaría a bailar.

No estaba allí escuchando a los grillos cantar.

Trataba de entender sin  escuchar, sin dialogar. Él nunca prometió volver a llamar. Tampoco dijo que sostendría mi mano si empezaba a temblar.

No estaba, simplemente, me había ido yo, quizás él.
Puede que nunca hubiésemos llegado.
Puede que no quisiésemos encontrarnos.
Puede que él no fuese él y que yo nunca quisiese dejar de ser yo.
No hay explicación.

lunes, 20 de febrero de 2012

Me


Me gusta apoyarme en el alféizar de la ventana y ver como la noche ilusiona y hace mágica a la ciudad. Me gusta pensar en las parejas que se estarán besando en ese mismo instante. Me gusta pensar en la gente que chasquea los dedos al ritmo de la música. Me gusta pensar en el número de lágrimas que se derramarán por amor. Me gusta pensar en los semáforos que hacen correr a un peatón bajo un pitido intermitente. Me gusta pensar en los gatos que ronronearán acurrucados en una esquina del sofá.
Me gusta verte así, a mi lado, en silencio pero siempre sonriendo. Me gusta imaginar un día en el que besarnos no sea más que una nota aislada en un concierto. Me gusta imaginar lo apresurada que se siente la luna en las noches de verano. Me gusta gritar en el balcón bajo la mirada indiscreta de algún globo perdido por el despiste de un niño. Me gusta recorrer tu espalda con el dedo índice mientras duermes.
Me asusta perder la imaginación bajo las sábanas y no encontrarte en sueños. Me asusta caminar sola de noche por la ciudad. Me asusta quedarme sin agua caliente en las frías noches de invierno. Me asusta que los niños no tengan un jardín donde jugar. Me asusta que los gatos dejen de caminar por los tejados.
Me asusta que la luna deje de brillar rodeada de sus amigas las estrellas. Me asusta no encontrar tu mano sobre mi vientre al despertar. Me asusta encender la radio y que no suene una guitarra. Me asusta esperarte por siempre y que nunca llegues. Me asusta que los cuentos de hadas sean solo ciencia ficción. Me asusta perder las palabras para explicar todo cuanto siento.
Me hacen sonreír los niños que miran a los pájaros, que miran a los insectos. Me hacen sonreír tus retos a duelos. Me hacen sonreír las películas de miedo. Me hacen sonreír los reencuentros en aeropuertos. Me hacen sonreír las estrellas fugaces que caen en las noches de luna nueva. Me hacen sonreír los silbidos que tararean canciones sin dueño. Me hace sonreír  la gente que salta olas en la playa.
Me hacen sonreír tus besos en el cuello. Me hacen sonreír las canciones de amor en las que Julieta prefiere ser Romeo. Me hace sonreír la gente que camina con el cuello encogido bajo la lluvia. Me hacen sonreír las lágrimas de los que se dicen “te quiero”. Me hace sonreír tu nariz arrugada antes de darte un beso. Me hacen sonreír las máquinas que hacen pompas de jabón.
“Me gusta que te asuste hacerme sonreír”.

martes, 14 de febrero de 2012

San Valentín


Otro año más, San Valentín se deja caer en el mundo de los mortales. Pareció olvidarse del verdadero sentido de amar, otra vez.
No he visto a nadie en todo el día besarse con ternura, tampoco había abuelos paseando agarrados de la mano; nadie salió para otra cosa que no fuese comprar flores rojas, globos, perfumes, joyas…
¿San Valentín no debería ser todos los días? En el buen sentido de la fecha, sin regalos y sin flores.  ¿No deberíamos  celebrar todos los días el brillo de los ojos que se nos pone al ver a la persona a la que amamos?
Si amas de verdad, todos los días sonríes por la mañana al girarte en la cama y verle durmiendo; cuando le escuchas cantar bajo la ducha, cuando te despides al bajar del coche, cuando te sujeta la mano o; simplemente, cuando sonríe.
No es necesario un globo con forma de corazón para sentirte igual que un niño que se enamora en el primer recreo; basta con bailar salsa en una discoteca y que te pise más veces de las que recomiendan los especialistas.
A mí, personalmente, puede gustarme más que me miren con una sonrisa de oreja a oreja, mientras apartan el pelo de mi cara con una caricia y me besan suavemente que un ramo de rosas rojas.
El olor a gel de ducha, cuando llega a la habitación secándose el pelo con una toalla y me da los buenos días, puede ser mucho más sensual que cualquier perfume de Chanel.
Me despido hoy, día catorce de febrero, de la misma forma que lo hice el día treinta de enero: “Que sueñes con cosas bonitas”. Al fin y al cabo, el amor se usa todos los días sin condiciones, sin ataduras. Enamorarse es, todos los días, la opción más arriesgada pero, sin duda alguna, la mejor opción.


sábado, 11 de febrero de 2012

Bipolaridad


No puedo sentirme de otra manera. Se supone que no debería estar confusa; pero, cuando él no me abraza durante la noche, no puedo parar de pensar que no soy más que la oveja del cuento, destinada a ser comida por el lobo de un momento a otro.
Intento dejarme llevar pero cada instante que se me escapa de las manos y ocurre por azar o destino, no sé cómo podría llamársele, hace que me sienta insegura, que crea que voy a caer en el abismo.
El ojo del huracán puede atraparme de nuevo y yo inconsciente de mi no hago otra cosa que correr hacia él. El miedo es quien me arropa todas las noches y quien se marcha sin decir adiós por la mañana, incluso se atreve a no cerrar la puerta del dormitorio.
Me atormento cuando estoy sin él, ¡qué demonios!,  ¿cómo es posible echarle tanto de menos?
La ansiedad me atrapa, me hace llorar, suenan notas agudas y me siento sola. Supongo que no es del todo fácil abrir el corazón al amor. Más aún para mí que nunca creí en él como tal.
El amor, ese sentimiento que todos dicen haber sentido alguna vez, no es más que una idealización irracional hacia otra persona. O por lo menos así lo creo.
¿Qué rayos me pasa? ¿Qué me hace continuar con esta locura? Puede que a veces me sienta demasiado bien haciendo cábalas. Otras, en cambio, me gustaría poder chasquear los dedos y que mi mente dejase de pensar por un momento.
¿Cómo es posible que me haya levantado de madrugada sólo para escribir a alguien que nunca va a leerme?
Es todo tan complicado, mi cabeza más aún. Por la mañana soy feliz y por la noche me echo a llorar sin causa alguna. No quiero caer en el error de enamorarme porque tampoco me gusta equivocarme.
Ojalá estuviese aquí para besarle de nuevo y que el temor se fuese, esta vez por la puerta de atrás y de un portazo. Ojalá desde la ventana pudiese ver como las olas del mar rompen en la playa.  
Ojalá hubiese puesto un pestillo a la puerta para que el miedo no pudiese entrar a dormir cada noche conmigo.
Ojalá el hecho de enamorarme de él no me hiciese sentir pánico. Ojalá supiese dejarme llevar.
Ojalá que en asuntos de amor no fuese bipolar. Ojalá pudiese gritar.


domingo, 5 de febrero de 2012

Buenos días


Nunca el azar se atrevía a entrar en mi vida.
Esta vez había sido diferente, no lo había buscado, había aparecido por sorpresa, sin avisar, sin preguntar si podía entrar. Cuando me quise dar cuenta sonreía y le daba los buenos días, con una sonrisa de oreja a oreja.
Nunca me había sentido de esa manera, de esa forma tan extraña.
Me había reído tanto, bailado y sin querer quererlo, también, me atreví a coquetear. No podía controlarme, me sentía libre, me sentía yo. Dude en besarle un par de veces. Al final nos besamos y explotaron burbujas por toda la ciudad.
Nunca había dado rienda suelta a mis instintos, sin pensarlo antes bien, claro está.
Me atreví a bailar para él. Juntos hicimos oscilar las sábanas como si de las olas de un mar revuelto se tratase. Sonreía mientras escuchaba su respiración acompasada en mi oído. Me dejaba llevar.
Nunca había dejado volar mi imaginación más allá de donde me encontraba.
Tuve la osadía de recorrer la ciudad volando, agarrada de su mano. Veía a la gente pasear despacio, como si no fuesen a ninguna parte. Las luces de los coches se unían unas con otras, formando un circuito de brillantes colores, quilométrico. Y ahí estábamos nosotros, en un abismo, un universo paralelo; donde los coches estaban parados, el tic-tac de los relojes había desaparecido y las personas estaban inmóviles. Habíamos conseguido hipnotizar a una ciudad y el cielo giraba a nuestro alrededor sin que nadie pudiese verlo.
Nunca antes lo había visto con esos ojos, puede que nunca lo contemplase con atención.
Tenía una sonrisa limpia, unas manos delicadas y una voz agradable. Sonaba una canción de fondo cada vez que hablaba. Y cada vez que yo tendía la mano, él, la sujetaba con firmeza y me invitaba a volar otra vez.
Nunca antes le había dicho buenos días a alguien de esa forma.

miércoles, 25 de enero de 2012

Veintiuno de Junio de 2016


Divagaciones.

Eran las cuatro y media de la madrugada y no podía dejar de pensar en él. Yo sabía que me había olvidado, que había rehecho su vida y además con una buena chica, nada que ver conmigo.
Ya habían pasado muchos años desde la última vez que le había visto pero para mí las cosas no habían cambiado mucho. Seguía siendo la misma que un día viendo constelaciones se había enamorado de su mejor amigo.
Aquella noche de verano sentí mariposas por primera vez en mi estómago y supe que él sería el único hombre en mi vida por mucho tiempo; una estrella fugaz decidió suicidarse y yo, muy decidida, decidí tirarme al abismo de la tercera dimensión besándole con ansias y cayendo rendida en un amor de verano de esos que nunca terminan de apagarse.
Hoy me sorprendí a mi misma mientras estudiaba, vino una fecha a mi mente y en lo primero que pensé, él. La fecha no se si tendrá importancia o no, quedan seis años, cinco meses y veintiséis días.
Entonces no sé qué pasará, no sé si la llama se habrá apagado o seguirá ardiendo medio aletargada; puede, incluso, que los fantasmas del pasado vuelvan a verse la cara o que, simplemente, dejen de ser fantasmas.
Me gustaría reencontrarme con él, con Joaquín Sabina, con carcajadas en un coche pequeño con los cristales empañados, con los besos bajo el agua, con las cosquillas en la espalda, con los buenos días princesa y también con el que sueñes con cosas bonitas.
Desde que no le veo, no hay hombres en mi vida que no se vayan cada vez que cambio las sábanas. Ninguno consiguió besarme, mirarme o hablarme como él lo hacía. Y ya sé que las comparaciones son odiosas pero en cuanto ninguno sonría como si todo fuese un juego de niños, mi vida sólo tendrá una canción como banda sonora, podéis escoger la que queráis de Joaquín Sabina todas han tenido su momento y ninguno es menos importante que otro.

Veintiuno de Junio de 2016.




jueves, 19 de enero de 2012

Carta de suicidio

Me miro al espejo, las lágrimas resbalan por mi rostro. Me siento inerte, insignificante. El porqué es que tú ya no eres mi reflejo, soy yo. Soy yo, solitaria, taciturna...
Sostengo una soga entre la manos y pienso como hacer un nudo perfectamente, mientras las miles de sonrisas que algún día escuché salir de ti  vienen a mi mente y las veo en el espejo, cuales flashes de máquinas de fotografiar.
El recuerdo de tus últimas palabras consigue hacer el nudo por si solo, en cuanto suena un violín, no tan lejos, en la habitación de al lado.
Los miles de "te quiero" se anularon una y otra vez en mi mente cada mañana al despertarme y volvieron a resurgir cada noche al recostar la cabeza en la almohada o al poner el bolígrafo sobre el papel. Mil canciones escuché, en las frías noches de invierno, para poder recordar nuestra historia y escribirte un penúltimo verso, sabía que no sería el último. Mil fotos miré en nuestro álbum para acordarme de cómo me mirabas entonces, cuando yo era para ti. Y miles fueron las películas que en mi despertaron la esperanza de volver a besarte algún día.
Sin embargo, ahora me miro al espejo y ya no estás tú al otro lado agarrándome la mano con fuerza, dedicándome una sonrisa. Estoy yo sola, intentando seguir adelante, sin miedo. Pero éste inunda cada célula de mi cuerpo, cada pensamiento de mi mente, cada sentimiento de mi alma; consiguiendo que me sienta vacía sin ti.
Y eso es lo que me destroza. El miedo a la soledad, a la búsqueda, a enamorarme de otro que no seas tú. Porque a pesar de estar enamorada del amor y no, realmente, de ti me había acostumbrado a besarte cada mañana y a luchar cada noche por ti.
Cojo una escalera y cuelgo la soga del techo. Bajo y vuelvo a mirarme reflejada en el espejo, vacía, sin sentimientos, sin sensaciones. Un si bemol suena, ahora mismo, en un piano.
Cojo un carmín, me pinto los labios y me echo máscara de pestañas. me pongo mi mejor vestido y pendientes, escalo a unos zapatos de tacón de aguja y; decido subir allí, por fin, a lo más alto.
Me coloco la soga, la aprieto. Me miro al espejo. Así, inerte, vacía de ti,  y las lágrimas caen por mi rostro.
Tiro la escalera.
Angustia, dolor, ninguna de tus sonrisas pasan por mi mente. Tan solo veo un bolígrafo caminando fluctuante encima de un papel, haciendo florituras. Y soy feliz.
La luz me ciega...

Así soy yo...

Soy una chica peculiar, que ama todos los tipos de arte y también la ciencia. Soy estudiante de "Lengua y Literatura Españolas" y en mis ratos libres escribo. Pese a haberlo intentado con otras carreras del ámbito científico he ido dando un tumbo tras otro para encontrar que, realmente mi verdadera pasión, la escritura, era también mi verdadera vocación. Dicen que soy como Amelie Poulain, ya sabéis, un poco soñadora, bohemia y aunque parezca difícil, tímida a la par que extrovertida.
¡Se me había olvidado deciros mi nombre! Me llamo Morgana y al igual que en la película "Le Fabuleux destin de Amélie Poulain" voy a empezar contándoos lo que a mí me gusta.
A mí me gusta: el cine, la música, tocar instrumentos, cantar aunque lo haga fatal, escribir, la fotografía, los animales, en especial los gatos; reírme y a veces también me gusta llorar, comer yogures de vainilla, las pipas, la música clásica, los idiomas, ver series, el café con leche condensada, las frambuesas, las gafas, el maquillaje, Joaquín Sabina, creo que me casaría con él; el olor a mar, las manos, las judías verdes, cortar el césped, jugar al futbolín, viajar, bailar salsa, el heavy metal, la política, nadar, mirar por la ventana de madrugada, quedarme dormida hasta tarde, ducharme en agua fría aunque a veces prefiera una ducha caliente; que me abracen, mirarme al espejo, las películas Disney, el fútbol, "visca el Barça";  comprar tazas, los bolígrafos de colores, que me besen en el agua, leer poemas, la ley de Murphy, Escocia, las orquídeas aunque se me mueran todas; ver a las hormigas llevando comida a sus casitas, acordarme de las cosas buenas que pasaron alguna vez en mi vida; adoro las bodas, comer galletas como los castores, que me arropen en la cama, las historias trágicas y los amores imposibles... Podría seguir con millones de cosas pero solo hay una que me gusta de verdad, levantarme por las mañanas y sentirme orgullosa de ser quien soy y de que pese a haber tenido una mala época he logrado no caerme al pozo.