sábado, 24 de marzo de 2012

Pies fríos


Hacía tiempo que la escuchaba entrar en mi habitación a media noche. Caminaba de puntillas hacia la ventana y la abría, le gustaba que el viento chocase con su cara, esa sensación la hacía sentirse tan viva. Después volvía y se sentaba a los pies de la cama y, yo, en mis sueños, la veía, con un camisón de lino blanco. Siempre sonreía, tenía una sonrisa amplia y cuando se reía lo hacía con la “i” como las niñas pequeñas, le salían hoyuelos y sus ojos se achinaban y chispeaban notas verdes de felicidad.
La echo tanto de menos… Desde que se fue, ya nunca huele a café recién hecho por las mañanas, ella adoraba ese olor, tampoco hay recortes de noticias curiosas del periódico pegadas en el corcho de la cocina. A la hora de comer siempre tocaba una campanita y decía “la comida está servida mi señor” mientras se reía a carcajadas; y yo bajaba corriendo las escaleras y la besaba en la comisura de los labios, era el momento del día en que le decía al oído: “te quiero”.
Odiaba cuando ponía sus pies fríos entre mis piernas en las noches de invierno y ahora todas las noches al acostarme  dejo su lado de la cama sin deshacer, intocable, con su camisón de lino blanco bajo la almohada, y maldigo a media noche al mundo por tener las piernas aún del todo calientes. Cuando se subía en el coche bajaba las ventanillas y ponía M-Clan a todo volumen y, con chillidos que intentaban sonar afinados, cantaba todo el trayecto a donde fuera que fuésemos; recuerdo aquel viaje de siete horas, pensé que me iba a estallar la cabeza.
Nunca discutíamos pero si alguna vez lo hacíamos, en medio de la discusión se echaba a reír y me decía “tenemos un amor de cine, ahora sólo tienes que besarme, ¿no ves que nuestro amor es para siempre?” y yo me enfadaba más pero al final me acababa riendo con ella y la besaba acariciando su larga melena negra.
Nunca tuvo que irse, no es justo. Le gustaba sentarse al piano y tocar durante horas, daba igual tocar “Claro de Luna” que “Frère Jacques”. Los domingos por la tarde hacía palomitas y me obligaba a ver comedias románticas, siempre me quedaba dormido pero ella hacía como si nada y al acabar la película me preguntaba, muy emocionada, “¿cariño has visto que bonito cuando vuelven a encontrarse?” y yo, asentía con la cabeza para verla sonreír. Nunca me dejaba lavarme los dientes tranquilamente, me hacía cosquillas, me pellizcaba en los brazos, se colgaba a mi espalda como un koala y me besaba cuando tenía la boca llena de espuma.
Tenía tantas ganas de vivir…
Esta noche volví a escucharla entrar en la habitación y supe que estaba soñando otra vez que se ponía el pijama de lino blanco. Pero esta vez se metió bajo las sábanas, volví a tener las piernas frías a media noche. La maldije, pero  juro que me sentí como si estuviese en el cielo.

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