Últimamente
creo que mi corazón se pelea con mi mente continuamente.
Me gustaría
jugar a no extrañarte, a olvidarte, a dejar de creer que el destino existió
alguna vez. Me gustaría poder apostatar de tu religión, ya no queda fe en mi
interior, ya no tengo ganas de rezarte toda la noche y para ser sincera,
tampoco tengo ganas de esperar por el milagro divino de que pueda volver a
escucharte.
Toda mi
vida he querido abrazarte cada momento. Me recostaba en tu regazo y, ahí,
olvidaba lo que era existir sin poder volar porque, tan solo tú, conseguías
hacerme volar en menos de un segundo. Cerraba los ojos y “pum”. Volaba a través
de las nubes, veía la vida de color sepia como si pudiese también viajar a
través del tiempo. Tan solo tú, en un segundo, has conseguido hacerme llorar a
mares y ahora a pesar de estar en mi habitación mirándome cada segundo no tengo
ganas de acariciarte, de acogerme en tu regazo ni de que me digas de esa forma,
tu forma, que yo soy así que no he de cambiar.
He olvidado
como he de mover mis dedos para sentir esa felicidad, no sé ya como se siente
estar sobre un escenario con focos que ciegan mis ojos, no sé cómo puedo
recordar las ganas que siempre tenía de bailar contigo.
Pero estás
ahí, todavía, el amor más grande de mi vida, el que nunca se irá del todo de mi
corazón, ni de la sangre que corre por mis venas. Y sabes perfectamente que
siempre que suenas es como si me dijeses “si tú me dices ven lo dejo todo”. Y
yo no voy por miedo a recordar, por miedo a echar de menos, por miedo a volar,
por miedo a no poder regresar jamás a ese lugar donde te hice sonar por primera
vez.
Volveré
para que me vuelvas a llevar a Nunca Jamás o al País de las Maravillas, te
dejaré escoger, al fin y al cabo tú nunca te equivocas porque eres mi yo más
interno, mi alter ego.
1 comentario:
Tenía morriña; ahora más...
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