domingo, 5 de febrero de 2012

Buenos días


Nunca el azar se atrevía a entrar en mi vida.
Esta vez había sido diferente, no lo había buscado, había aparecido por sorpresa, sin avisar, sin preguntar si podía entrar. Cuando me quise dar cuenta sonreía y le daba los buenos días, con una sonrisa de oreja a oreja.
Nunca me había sentido de esa manera, de esa forma tan extraña.
Me había reído tanto, bailado y sin querer quererlo, también, me atreví a coquetear. No podía controlarme, me sentía libre, me sentía yo. Dude en besarle un par de veces. Al final nos besamos y explotaron burbujas por toda la ciudad.
Nunca había dado rienda suelta a mis instintos, sin pensarlo antes bien, claro está.
Me atreví a bailar para él. Juntos hicimos oscilar las sábanas como si de las olas de un mar revuelto se tratase. Sonreía mientras escuchaba su respiración acompasada en mi oído. Me dejaba llevar.
Nunca había dejado volar mi imaginación más allá de donde me encontraba.
Tuve la osadía de recorrer la ciudad volando, agarrada de su mano. Veía a la gente pasear despacio, como si no fuesen a ninguna parte. Las luces de los coches se unían unas con otras, formando un circuito de brillantes colores, quilométrico. Y ahí estábamos nosotros, en un abismo, un universo paralelo; donde los coches estaban parados, el tic-tac de los relojes había desaparecido y las personas estaban inmóviles. Habíamos conseguido hipnotizar a una ciudad y el cielo giraba a nuestro alrededor sin que nadie pudiese verlo.
Nunca antes lo había visto con esos ojos, puede que nunca lo contemplase con atención.
Tenía una sonrisa limpia, unas manos delicadas y una voz agradable. Sonaba una canción de fondo cada vez que hablaba. Y cada vez que yo tendía la mano, él, la sujetaba con firmeza y me invitaba a volar otra vez.
Nunca antes le había dicho buenos días a alguien de esa forma.

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