Nunca el azar se atrevía a entrar en mi vida.
Esta vez había sido diferente, no lo había buscado, había
aparecido por sorpresa, sin avisar, sin preguntar si podía entrar. Cuando me
quise dar cuenta sonreía y le daba los buenos días, con una sonrisa de oreja a
oreja.
Nunca me había sentido de esa manera, de esa forma tan
extraña.
Me había reído tanto, bailado y sin querer quererlo, también,
me atreví a coquetear. No podía controlarme, me sentía libre, me sentía yo. Dude
en besarle un par de veces. Al final nos besamos y explotaron burbujas por toda
la ciudad.
Nunca había dado rienda suelta a mis instintos, sin pensarlo
antes bien, claro está.
Me atreví a bailar para él. Juntos hicimos oscilar las sábanas
como si de las olas de un mar revuelto se tratase. Sonreía mientras escuchaba
su respiración acompasada en mi oído. Me dejaba llevar.
Nunca había dejado volar mi imaginación más allá de donde me
encontraba.
Tuve la osadía de recorrer la ciudad volando, agarrada de su
mano. Veía a la gente pasear despacio, como si no fuesen a ninguna parte. Las
luces de los coches se unían unas con otras, formando un circuito de brillantes
colores, quilométrico. Y ahí estábamos nosotros, en un abismo, un universo
paralelo; donde los coches estaban parados, el tic-tac de los relojes había
desaparecido y las personas estaban inmóviles. Habíamos conseguido hipnotizar a una ciudad y el cielo giraba a nuestro alrededor sin que nadie pudiese verlo.
Nunca antes lo había visto con esos ojos, puede que nunca lo
contemplase con atención.
Tenía una sonrisa limpia, unas manos delicadas y una voz
agradable. Sonaba una canción de fondo cada vez que hablaba. Y cada vez que yo
tendía la mano, él, la sujetaba con firmeza y me invitaba a volar otra vez.
Nunca antes le había dicho buenos días a alguien de esa
forma.
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